La invención de Internet constituye un punto de inflexión de magnitud y relevancia comparable a la imprenta o la máquina de vapor: marca un antes y un después que ha exigido cambios transversales en todos los ámbitos que incluyen una importante carga sociológica y filosófica. Internet ha permitido un aplanamiento de las estructuras a todos los niveles, en línea con la propia naturaleza dispersa del conocimiento. Esta descentralización ha favorecido un crecimiento de la productividad nunca visto antes: Internet favorecía un entorno con menores costes de transacción, más descentralizado, con más grados de libertad para los agentes económicos, con más economía y más generación de valor.
Sin embargo, estas promesas también tenían límites.
Internet, el mundo digital, se enfrentaba a grandes retos desde el principio: la confianza, la privacidad, la seguridad o el control de los datos. La información del usuario, materia prima para la monetización del grueso de los negocios en la red, lo más parecido al petróleo del siglo XXI, quedaba dispersa, sin control, con poca transparencia, y en la mayoría de casos fuera del control del propio interesado. En una célebre viñeta del The New Yorker, Peter Steiner ironizaba con el problema de la identidad que nacía con Internet a principios de los 90s, donde se ve un perro chateando en Internet que le dice a otro: “On the Internet, nobody knows you’re a dog.”
La economía cambiaba pero, debido a estas limitaciones, quizás no tanto: sustituíamos viejos gigantes como IBM, Johnson & Johnson, Citibank, Bank of America o ExxonMobile, por los nuevos colosos de Silicon Valley: Google, Apple, Facebook y Amazon que se convertían en un relativamente corto periodo de tiempo en las mayores compañías por capitalización bursátil. Internet generó poco a poco su propia metaestructura que hoy genera no pocas suspicacias y recelos sobre su opacidad o las muchas asimetrías que se han acumulado entre estos grandes almacenes de datos y los usuarios.
La existencia de economías de escala – de red, en el mundo digital–, favoreció, como en el mundo pre-Internet, la existencia de grandes corporaciones donde ahora la clave no era tanto la posesión de recursos o monopolios clave, sino simplemente información. Esto ha hecho que algunas de las tempranas advertencias de Moisés Naím en El fin del poder, aún no se hayan materializado del todo.
Quedaba pendiente llevar Internet al siguiente nivel; una mejora que garantizara el control de la información por el propio usuario, los datos, –insisto–, una nueva fuente de capital, sin necesidad de intermediarios. Esto permitiría convertir al usuario en verdadero propietario de sus datos, lo que alumbra una nueva era de prosperidad. Blockchain quiere ser esta pieza, este protocolo fiable, que permita consolidar un Internet verdaderamente descentralizado, más transparente, seguro y abierto.
La tecnología Blockchain, o cadena de bloques, es una base de datos distribuida, no centralizada en ningún punto, encriptada de forma dinámica, –se actualiza cada 10 minutos con datos e inputs nuevos–, de manera que cada nuevo bloque que se une al sistema tiene que ser validado de forma descentralizada por los bloques anteriores. Este elemento dinámico y su descentralización, permite a esta tecnología ser extremadamente eficiente a la hora de almacenar de forma creciente datos ordenados en el tiempo y sin posibilidad de revisión o modificación. Lo anterior dota de una gran seguridad, transparencia y gran control con respecto a los flujos de datos por parte de todos los usuarios de la red Blockchain. De ahí su gran potencial.
Cada Blockchain es una base de datos en red, –algo comparable a Internet pero más seguro–, con un propósito concreto. Con cada nuevo bloque, –transacción, actualización o dato–, la cadena se actualiza por completo y se valida de forma descentralizada por todos los usuarios, lo que la convierte en una herramienta de almacenamiento tremendamente segura. Esta verificación descentralizada ofrece un control sobre los datos antes desconocido en el mundo de Internet que permite trasladar el mundo físico al universo digital: de esta forma, por ejemplo, podemos asegurar que un Bitcoin, –hasta el momento la red Blockchain más exitosa–, es de un usuario concreto y de nadie más. Esto es posible, como decíamos, gracias al elemento dinámico, –ese latido de corazón de 10 minutos–, de Blockchain que permite aproximar el mundo digital a la realidad y naturaleza de los procesos de mercado dinámicos por definición.
Pese a que todavía es muy pronto para aventurar hasta donde cumplirá sus promesas esta nueva tecnología, como sucedía con Internet en los años 90, sí podemos decir que Blockchain está en disposición de convertirse en la base de la próxima gran revolución tecnológica.
Al margen de las dificultades técnicas, operativas y regulatorias, lo cierto es que la expansión de Blockchain exige importantes cambios en los modelos de gestión, el liderazgo público y privado, e incluso plantea la necesidad de una nueva cultura ciudadana y democrática.
Como siempre sucede, el cambio tecnológico es más rápido que el social o cultural. Si ya la irrupción de modelos de negocio como Uber, plataforma agregadora más que colaborativa, ya se han topado con fuertes barreras políticas y sociales, ¿qué barreras no encontrará una tecnología que supone una descentralización de la economía de una magnitud veinte veces mayor? Como pasó con el Internet 1.0., –el del comercio online, las redes sociales y la economía colaborativa–, este nuevo Internet supone cambios importantes en la manera de hacer negocios, compartir información, y generar riqueza que, entre otras muchas cosas, entra en conflicto directo con los viejos Estados: ganan inversores, consumidores, empresarios y ciudadanos en general, en libertad de elegir y en control sobre sus datos, pero estos nuevos modelos descentralizados, basta pensar en Bitcoin, entran en conflicto directo, entre otras instituciones, con la manera de funcionar de Estados y gobiernos en la actualidad.
La necesidad de una nueva cultura, modelos de gestión e incluso valores, son los grandes retos que nos plantean las nuevas tecnologías en la actualidad, como bien advierte Klaus Schawb en su libro La cuarta revolución industrial. De saber liderar estos cambios con eficacia depende que estas nuevas tecnologías realmente supongan abrir una nueva etapa de prosperidad para todos.
Información obtenida del foro económico mundial.
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