Con miras a 2050, la demanda global de metales estratégicos aumentará hasta un 500 %, alcanzando aproximadamente tres mil millones de toneladas de materiales como grafito, litio, cobre y cobalto. A medida que los países, incluyendo a Estados Unidos, avanzan hacia una transición energética verde, la necesidad de estos metales será aún más crítica para soportar el crecimiento de las energías renovables, como la eólica, solar y geotérmica. Este cambio hacia una energía sostenible es intensivo en el uso de minerales, y solo en un paquete de baterías para vehículos eléctricos se requieren aproximadamente 8 kg de litio, 35 kg de níquel, 20 kg de manganeso y 14 kg de cobalto. La infraestructura para estaciones de carga de vehículos eléctricos y los paneles solares también exige una gran cantidad de cobre y zinc, respectivamente.
Se estima que, para alcanzar los objetivos de sostenibilidad, la inversión en energías renovables deberá multiplicarse ocho veces de aquí a 2050, con el fin de reemplazar los combustibles fósiles mediante tecnologías de bajas emisiones. No obstante, las prácticas mineras actuales de estos metales generan importantes costos ambientales y sociales, entre ellos, problemas de derechos humanos y riesgos de salud. Con las tasas de producción actuales, la minería terrestre podría quedarse hasta un 30-40 % por debajo de la demanda proyectada para 2050, planteando así la pregunta de si existen formas alternativas de extraer estos metales sin dañar el medio ambiente local.
Desde finales del siglo XIX, los científicos han sido conscientes de la presencia de nódulos de manganeso y otros metales preciosos dispersos en el fondo del océano. Sin embargo, los avances tecnológicos y la creciente demanda económica han hecho que solo en las últimas décadas comience a desarrollarse la minería en aguas profundas. Los nódulos de manganeso, que son concentraciones de roca polimetálica, se encuentran en las llanuras abisales del océano, generalmente a profundidades de entre 13,000 y 20,000 pies. La zona Clarion-Clipperton (CCZ), ubicada entre la costa oeste de México y Hawái, es una de las áreas más ricas en estos recursos, cubriendo aproximadamente 4.4 millones de kilómetros cuadrados. Los nódulos polimetálicos en esta zona poseen una pureza cercana al 100%, comparada con el promedio terrestre, que rara vez supera el 20%. Se estima que esta región contiene alrededor de 21,100 millones de toneladas de estos nódulos, superando con creces las reservas globales en tierra.
Si la minería en aguas profundas sigue una trayectoria similar a la industria petrolera, se espera que para 2065 entre el 30 y 45 % de la demanda de metales críticos provenga de estas fuentes submarinas. Sin embargo, queda la interrogante de si las ventajas en términos de huella de carbono, reducción de contaminación y justicia social superan el impacto ambiental en los ecosistemas oceánicos. Aunque la minería oceánica reduce ciertos impactos asociados a la minería terrestre, plantea preocupaciones sobre la interrupción de los hábitats en el fondo marino y la dispersión de sedimentos, que pueden afectar la vida marina de maneras aún no totalmente comprendidas.
Uno de los desafíos más grandes en contra de esta industria es el impacto de las columnas de sedimentos que se forman durante la recolección de nódulos. Estas columnas se generan tanto en el fondo marino como en las zonas intermedias del océano, donde los sedimentos se liberan a través de tuberías a profundidades de más de 1,000 metros, en la zona afótica, donde no penetra la luz solar. Un estudio del MIT de 2018 mostró que los sedimentos en estas columnas pueden dispersarse rápidamente, afectando al ecosistema marino circundante. La falta de políticas claras en esta industria emergente es vista como un riesgo, por lo que la minería en aguas profundas sigue siendo un tema que demanda atención cuidadosa y regulación estricta.
La ONU, a través de la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (ISA), regula los permisos de exploración y, eventualmente, de explotación comercial en el lecho marino, con el objetivo de proteger estos ecosistemas. Actualmente, aunque existen contratos de exploración en vigor, no se han emitido permisos comerciales, aunque se espera que la primera ola de concesiones se otorgue en los próximos años.
Situación en México
México, siendo un país con extensas costas y cercano a la zona Clarion-Clipperton, se encuentra en una posición estratégica para evaluar el potencial de la minería en aguas profundas. Sin embargo, la legislación ambiental en México todavía se encuentra en fase inicial en cuanto a regulaciones sobre minería submarina, y las evaluaciones de impacto ambiental específicas para este tipo de minería aún son limitadas. Aunque el país ha mostrado interés en apoyar la transición energética y aprovechar sus recursos naturales, existen importantes desafíos regulatorios, sociales y ambientales que deberán ser abordados antes de que la minería en aguas profundas se convierta en una opción viable. La creciente demanda de metales y el interés en ser un jugador en la transición energética mundial podrían incentivar a México a participar en esta industria, siempre que se garanticen estrictas normas de sostenibilidad y protección ambiental.
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